22 nov 2007

Concierto de José González en Madrid


Cambiaron el concierto de sala, en un principio iba a ser en la sala Moby Dick, un pequeño garito cercano al Santiago Bernabéu, con mucha solera y una innumerable lista de artistas bajo su haber. Pero al final fue en la sala Heinneken, antes llamada Sala Arena, situada en el número 1 de la calle Princesa, al lado de Plaza España, una sala mucho más grande que el Moby Dick y que al final resultó ser un acierto.

Empezó el concierto con el aforo a medio gas y salió un timido cantautor, del que no sé ni el nombre. Se sentó y se dispuso a explorar territorios escarpados con la única ayuda de una guitarra y una voz que se adivanaba dulce, pues la gente no le hacía mucho caso y los murmullos no nos permitían escuchar la música, como si fuera un becario molesto sentado en la silla de "nadie". Rápidamente se dio cuenta de que lo que estaba haciendo no le interesaba casi ni a él mismo y después de 5 intentos despejó el escenario para buscar algún quehacer más propio de la noche madrileña.

Después sí que empezó el concierto cuando un José Gonzalez, escurridizo como una sombra, salió al escenario con un decorado de lo más sueco, formado por tres pinos o abetos blancos, como nevados, y un juego de luces. "Hola, buenas noches, me llamo José González, y soy sueco" dijo con acento argentino, y comenzó la poesía. Una hora de concierto con muchos momentos cumbres, y pocos, muy pocos valles. La fuerza de las nuevas canciones del segundo disco, de este malabarista de las seis cuerdas, me elevaron a cielos más despejados del humo de los cigarros y los porros. La sutileza de las canciones del primer disco me remató y me hizo reflexionar sobre quién soy, si me gusta mi nombre y sobre lo que iba a hacer con mi vida a partir de haber presenciado un concierto de este genio.

Pocas veces he visto al público pedir silencio, como si estuvieramos en una biblioteca, para disfrutar la sutileza de la música de JOSÉ GONZÁLEZ, hecha desde el corazón, supongo. Hizo un bis, en el que tocó "Crosses" y después se despidió como si hubiera terminado su jornada laboral, me imagino que para él será su trabajo, pero para mí y para mucha gente de los que estabamos allí fue mucho más, la expresión de una intención, de una forma de entender la vida o la muerte. Creo que la mayoría nos quedamos con ganas de más, de mucho más y eso es casi un diez.