En este lago sin fondo ya anochece. Pasa y al pasar el día deja una noche sin rostro, al que preguntarle, si todos estos recuerdos son falsos, si todos estos sueños no serán nunca ciertos. En la memoria ya amanece el nuevo día, con sabor a pasado y olor a presente.
El reloj marca los segundos implacable, me resisto a dejar este día, me aferro a él sin esperanza, sin dolor, casi sin vida, como un autómata que ya se conoce demasiado bien. En el abismo de mi pecho albergo paisajes nocturnos solitarios y silenciosos, bellos y terribles.
La luz de una bombilla mi luna, a la que susurro mis anhelos como quien rellena un impreso oficial. Mañana, de nuevo, dentro del sueño de un dios mudo e indiferente. Anochece y mi voz se apaga. Mi alma, sin embargo, quiere relevar a mi terca piel para elevarme más allá de las paredes de este cuarto y convertir mi voz en un aullido.